Dos salas de teatro llenas. La histórica, que se comunica por el escenario con la nueva, una fórmula que antes no había visto, las dos hubo que abrirlas ante la cantidad de gente que había esperando, así que a Saramago y a Antonio Scurati no les quedó otro remedio que hablar de espaldas a una, a la histórica, más pequeña, porque las luces y los micrófonos no permitían movimientos. Sólo el actor que leyó fragmentos de El Cuaderno, Fabrizio Pagella pudo situarse a un lado de la mesa y hablar para las dos salas. Y hablaron de todo, más de política, más de Italia, de la pobre Italia. Y de Berlusconi, ante los representantes de Forza Italia, que no se inmutaron ante las calificaciones, o descalificaciones, de la mesa o publico. Que estaba ansioso por oír que a veces las murallas caen, basta que se les cerque y los ciudadanos conscientes rían a carcajadas del ridículo terrible que hace quien no gobierna ni por el bien común ni por la lógica. “Belusconi es el único italiano que contradice a Berlusconi”, dijo alguien. No será el único, pero desde luego es el único que lo hace en las televisiones italianas. A los demás, no los dejan. Italia, Italia…
Salimos de Alba con Barolos y miel. Pena no habernos podido quedar a la cena: había tartufos geniales. Dicen que en Alba se dan los mejores y que es la época. Habrá que volver, que un tartufo vale el viaje. Y si es preparado con amistad y esmero, vale la vida.
Gracias amigos, de todas maneras.